1/11/09

Capítulo cuatro

(Dedicado a Nacho que siempre sabe lo que me gusta)
Cuando escribimos algo, solemos tomarnos tiempo. Estamos tranquilos porque podemos hacer cuántas pausas queramos, para pensar, para corregir, para releer…
Sólo nos damos por satisfechos cuando estamos seguros de que lo que queríamos decir, es exactamente lo que hemos puesto y no otra cosa. Esto que nos parece lo más normal del mundo, sin embargo nos parece impensable aplicarlo al resto de nuestra vida. Casi no nos paramos antes de decir algo, o lo que es peor, hacerlo. Y luego nos sorprendemos de nuestras propias palabras o nos dolemos de la precipitación de nuestros actos que ya no tienen remedio. Prisas vanas para una meta tan pobre.

“Como dicen los italianos: piano, piano se va lontano”- Angelita metió la cuchara en el bote. Con cuidado, la sacó y la acercó al bol que había en la mesa; luego la golpeó ligeramente contra el borde. La mermelada resbaló por la pared de plástico dejando un rastro hacia el fondo. Nuevamente repitió la operación hasta que el bote quedó vacío.

-¡Ding-Dong! El timbre de la puerta avisaba de que el tiempo se había acabado.

“Menos mal. Casi me pilla”. La mujer cogió los dos tarros vacíos que había junto al bol y se los puso sobre la falda. Girando las ruedas con rapidez, alcanzó la cocina enseguida. Abrió una puerta baja de un armario y tiró los dos botes al cubo. “Cuatro euros bien aprovechados”. Luego se retocó el pelo y fue hacia la puerta. Sin mucho esfuerzo alcanzó el pomo.

-¡Hola! –En la puerta había una muchacha joven con un par de barras de pan en una bolsa.- perdona que haya tardado en abrirte. Me manejo mal con sólo una mano.

-Le traigo el pan que me encargó. ¿Dónde se lo pongo?

-Si no te importa ven conmigo al salón. Necesito que me ayudes con una cosa.- La muchacha dudó. -¿Qué ocurre?

La joven se apartó. Detrás de ella había un gato con los ojos abiertos de par en par.-Es que no vengo sola. No he podido pasar hasta cerrar la tienda y no me gusta dejar al gato tirado por ahí.

-¡No importa! Que entre él también. Me encantan los animales.

-Le he subido también esto.- La chica sacó de la bolsa del pan un montón de folletos de publicidad y cartas. –Se estaban saliendo del buzón. Supongo que hace tiempo que no lo recoge.- Miro la silla de ruedas.- ¡Oh, disculpe!

-No es nada, mujer. Normalmente tengo ayuda para ese tipo de cosas, pero últimamente están muy ocupados con su trabajo, ya sabes…la crisis. De todas formas, no creo que nada de ese montón sea importante.- Cogió un sobre.- Seguro que el sello vale más que lo que hay dentro.- Lo volvió a dejar con el resto de la correspondencia y señaló el bol.- ¿Ves eso? Es mermelada de manzana casera. La hago yo. Iba a meterla en un bote para regalársela al frutero. Es un hombre encantador.

-Si, parece majo.-La muchacha agachó la cabeza.- ¿Dónde se habrá metido el gato?

-¡Bah, no te preocupes! Estará husmeando. No pasa nada, no tengo nada que no se pueda romper. Mira en el mirador.- Levantó el brazo.- Ahí debe de haber una especie de bandeja ancha de plástico blanco.- La muchacha se acercó y empezó a buscar por el suelo.- La suelo usar para llenarla de agua y meter macetas dentro. Las que se riegan desde abajo, ya sabes.

-¿Ésta?

-Si. Mira, ponla en el suelo junto a la mesa.- Abrió un cajón y sacó un viejo número de La Monda.-Coge un par de hojas y cubre el fondo. Así se sentirá como en casa.- La muchacha obedeció.- Y ahora siéntate ahí, enfrente de mí.- Angelita maniobró con la silla hasta alcanzar la mesa. Colgando del asa de la silla de ruedas había una bolsa. La agarró. Un suave tintineo de cristal al chocar hizo que dudase.- ¡a ver si los rompo!- Abrió la bolsa y sacó dos botes de cristal vacíos, sin etiquetas y con tapas de corcho. Los dejó sobre el mantel. Luego le tendió la cuchara a la muchacha. –Toma, ¿puedes llenar uno? Gracias.

-Tiene muy buena pinta.- La joven echó varias cucharadas hasta que el bote se llenó del todo. Luego puso la tapa de corcho.

-¿En serio? Bueno, entonces llena el otro. Es para ti.

-¿De verdad?- Sonrió. Bueno, me gusta desayunar tostadas con mermelada. Gracias.

-No hay de qué. Después de todo tú y ese guapo frutero me ayudáis mucho. Es una forma de recompensaros. ¡Hay tan poca gente dispuesta a ayudar a los demás!

-No crea, ahí fuera hay mucha gente buena.

-¿En esta calle? Angelita miró por la ventana. ¡Vaya! Empieza a llover y fuerte. ¿Llevas paraguas?

-No, vivo cerca no se preocupe. –Se levantó. Un momento, que cojo al gato y me voy.

-¡Espera!- Angelita metió los dos botes en la bolsa y se la tendió.- Si no te importa, llévale tú su bote al de la frutería, de mi parte. ¿Quieres?

-Si claro.- Cogió la bolsa.- ¿Dónde se habrá metido éste?- De repente, la muchacha se paró en seco y abrió mucho los ojos.- ¡Dios mío! ¡Dejé la puerta abierta y con la que está cayendo! ¡Pobrecito!- La joven salió corriendo sin darle tiempo a Angelita a alcanzarla. Cuando llegó a la puerta sólo pudo oír unas pisadas apresuradas bajando los escalones de dos en dos. Cerró despacio y volvió al mirador.

“Qué buena chica ésta”-Se asomó a la ventana. Levantando un poco el cuello y bajando la cabeza, consiguió ver al fondo de la calle a la muchacha. Estaba tiritando, pero sonreía agarrada a un pobre gato empapado por la lluvia

23/10/09

Capítulo tres

(recomiendo pasar todos los niveles del enlace, algunos son muy curiosos)
Cuando nos miramos en un espejo no vemos sino una imagen distorsionada de nosotros. Por un lado, el reflejo no nos devuelve esa imagen idílica que todos tenemos de nuestra figura, por otra, nuestros defectos aparecen agrandados hasta la exageración. Efectivamente, esto es porque, cuando nos ponemos ante un espejo se produce una inversión. Aunque no debemos equivocamos, la imagen correcta es la que nos saluda desde el otro lado, burlándose de nuestra irreal existencia.

-Y este es el gimnasio. –El hombre de los dientes de porcelana se hizo a un lado. Un grupo de personas estaban de pie formando filas perfectas. No se movían. De repente, la mujer del gorro de baño blanco, vestida ahora con una especie de uniforme, también blanco, entró por una puerta del fondo. Se dirigió a un panel y se colocó unos pequeños auriculares con micrófono. Empezó a dar órdenes, y todos los presentes, empezaron a realizar movimientos perfectamente coordinados entre sí. Parecían estar programados sólo para eso.

-Teniendo en cuenta lo alta que está la música y lo grande que es esto, es asombroso que desde aquí se le oiga.-Marta se fijó en los pequeños altavoces del techo.-El sonido… ¿Es envolvente?

-Todo es THX. –Sonrió- Ya le dije que queremos lo mejor para nuestros clientes.

-Podríamos esperar aquí a que cierren.- Salva no le quitaba ojo a la monitora.

-Si quieren pueden usar la cinta andadora- señaló a la derecha.- Es gratis con la primera visita.

-Me parece una gran idea- Marta empujó a Salva haciéndole tropezar con la máquina.- Necesitas relajar los músculos, sobre todo los del cuello. Te va a dar tortícolis de tanto mirar a esa.

-¿A quién?- Salva se hizo el sorprendido.- ¡ah! Pues no me había fijado. Estaba absorto con ese de ahí.- Marta giró la cabeza. Un pequeño hombre con bigotito intentaba mantener el equilibrio mientras sujetaba una enorme pelota entre las manos. De repente la lanzó hacia arriba, dio un par de saltos y la volvió a coger.- ¡No me dirás que no es un partidazo!

-Bueno, yo les dejo- El hombre se acercó a la salida.- Volveré a buscarles cuando vayamos a cerrar. Por favor, recuerden, nada de fotos.

-Tranquilo- Marta levantó una mano a modo de despedida. Volvió la vista a la cinta. Salva había vuelto a escabullirse. Lo buscó por el recinto. Estaba sentado en un descalzador. Había abierto La Monda y la sujetaba en alto. Marta vio dos pequeños agujeros en el periódico, a la altura de los ojos. Se acercó. -¿Se puede saber que haces?

-Nada, espiar lo más discretamente posible.- Levantó la nariz. –Cada uno tiene sus propios métodos.

-¡Ringgg! ¡Ringggg!-El móvil de Marta evitó que ésta replicara. Descolgó.- ¿Diga? ¡Ah, si! Don Enrique, si me acuerdo. No se preocupe, el catálogo le llegará en breve por correo… ¿cómo dice?...ya veo… Si, claro, mi compañero puede ir a echarle un vistazo, pero… ¿exactamente cuál es el problema?...entiendo… ¿y ha saltado sola?..Bien, si me da la dirección… ¡ajá!-Marta le guiñó un ojo a Salva que le miraba extrañado.- Eso está en el polígono, ¿no? ¿Qué es? ¿Una nave industrial? Claro, ¡que tonta! Si está en el polígono…de acuerdo, mañana se pasará por allí… ¿a las doce? De acuerdo.

-¿Era Enrique Huertas?

-Si, quiere que veas porque falla la alarma que hiciste saltar el…- De repente Marta se quedó muda, abrió los ojos exageradamente, estaba como petrificada; lo único que alcanzó a hacer fue levantar un brazo y señalar a un punto por detrás del hombro de Salva. Lanzó un grito agudo.- ¡ahhhhhhhh!

.Salva se asustó, se tapó los oídos. Todo el mundo se había vuelto hacia ellos al oír el grito de Marta. Le bajó el brazo de golpe. -¿qué haces estás loca? Ella volvió a señalar. Salva siguió su dedo. La cinta andadora estaba ahora ocupada por un hombre joven, de unos cuarenta años, con unas gafas sin montura.


-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-o-


-¿Qué, estás mejor ahora que te ha dado el aire?-Marta y Salva habían salido a la calle. Imposible pasar desapercibidos después del numerito que Marta había montado.

-¡Gemelos! ¡Enrique y Gonzalo Huertas son gemelos!

-¿Estás segura?

-No hay otra explicación. El de la cinta y Enrique Huertas son como dos gotas de agua.

-¿Y no será que ese es Enrique que te ha llamado desde el gimnasio? A lo mejor no te ha visto. Puede haberte llamado y luego haberse guardado el móvil antes de subirse a la cinta.

-No, llevaba un pantalón largo sin bolsillos. Además Enrique Huertas me ha llamado desde la calle, se le oía fatal.

-Bueno, quizás no es Gonzalo, sólo alguien que se le parece mucho.

-Créeme. Tienen que ser gemelos, son idénticos. Si tú hubieras estado tan cerca de él como yo, te darías cuenta de que casi no hay diferencias. Ahora dudo de si fue él o su hermano el que fue la otra noche a la nave.

-Pues te vas a quedar con las ganas. A menos que se lo preguntes.

-No.- sonrió Marta.- a menos que se lo preguntes tú.

10/10/09

Capítulo dos

(Dedicado a MªAngeles, cuya vida esta llena de sonoridad)
El discurrir de la vida nos va haciendo regalos inesperados: experiencia, sabiduría, recuerdos… Día a día, año tras año, vamos acumulando conocimientos que no poseíamos antes. Al nacer somos como una estantería vacía donde se van colocando, tomo tras tomo, nuevas ideas, nuevos proyectos. Creemos que todo esto es gratuito, que nos llega sin esfuerzo, pero no es así. Conseguir todas estas cosas nos cuesta lo que más apreciamos, nuestra juventud.

-Y esta es la sala de masajes.- El hombre de blanco sujetaba una puerta abierta. Marta y Salva se asomaron. Era una sala pequeña, pintada de color melocotón. Un par de toallas tirando a canela estaban dobladas sobre una camilla blanca acolchada. En una repisa baja había un montón de tarros de barro. No había ningún cuadro. La única iluminación provenía de una especie de cubo transparente que estaba a ras de suelo.- Nuestros masajistas son todos titulados. Tenemos una variada oferta, tratamientos descontracturantes, exfoliación, tratamientos del rostro, de pies, de piernas...- Señaló los tarros.- Nuestras cremas son todas naturales, a base de aceites. Son verdaderamente efectivas. Basta una pequeña aplicación y la piel se rejuvenece casi instantáneamente.

-Ya-Salva cogió un tarro.- y si dejas de ponértela, la piel se te cae a cachos.

-Bueno- El hombre cogió el tarro que Salva sujetaba y, al hacerlo, le sujetó la mano extendida, con la palma hacia arriba. La miró de cerca.- todo depende de la situación en que partamos. En su caso, no espere milagros.

-Lo siento pero aunque me lo pida, no pienso darle mi mano.- pegó un tirón fuerte y logró liberarse.

-¿Por qué no volvemos a la piscina?- Marta se colocó detrás de Salva, y le empujó la espalda con fuerza, a la altura de los hombros.

Una suave melodía llegó hasta sus oídos. El hombre de blanco sonrió.- Aquí usamos todas las técnicas de relajación conocidas. Incluida la musicoterapia. Queremos lo mejor para nuestros clientes.- Movió un brazo como si bailara un capote invisible. Marta y Salva avanzaron. Pronto la música se hizo más fuerte.

La piscina era enorme. El arquitecto había diseñado un espacio abierto, donde se alternaban cascadas y pequeñas lagunas. Cada una de ellas tenía una forma distinta, lemniscata, cardioide, rosa de tres pétalos… Marta estaba boquiabierta. Todo el complejo era un tratado perfecto de geometría. El agua de cada laguna tenía un color distinto.- ¿Cómo consiguen ese efecto?- preguntó.

-Introducimos unas cápsulas en el fondo de la piscina. A los mayores les encanta.- Señaló a la más alejada. Un grupo de la tercera edad abarrotaba el pequeño círculo de agua. Sonreían de oreja a oreja.- Sólo un pequeño chapuzón y se llenan de energía.

-¿No te parece maravill…?.- Marta miró a Salva. Estaba tumbado en una hamaca, con
La Monda tapándole la cara. -¿Quieres dejar de hacer el tonto?

-Si claro.- La voz de Salva sonaba apagada a través del periódico.- Cuando termine el tercer tiempo.- Levantó un brazo y empezó a dibujar ondas invisibles con el dedo.





1/10/09

SEGUNDA PARTE: Capítulo uno

(Dedicado a Nuria, que siempre que busca, encuentra)



El ser humano tiende a la exclusividad. Pensamos que nada puede compararse a nosotros. Destacamos por nuestra inteligencia, por la capacidad de hablar, de pensar… ¿qué ocurriría si un día descubriéramos que todas esas diferencias en realidad no existen, qué somos clones, eso sí imperfectos, de un modelo superior que aglutina todas nuestras facultades? Un ser ideal al que queremos parecernos y al que nunca podremos emular. Seguramente, para evitar la frustración, echaríamos mano de nuestra habilidad favorita: La capacidad de manipular…las cosas.

-Aparca en cuanto veas un sitio- Salva se quitó el cinturón de seguridad para sacudirse las migas de pan de la camisa.- El Spa está en esa esquina.

-Ya veo.- Marta frenó, puso el intermitente y giró el volante ligeramente a la derecha. Su mano agarró con fuerza la palanca de cambios y la desplazó hacia un lado y luego hacia abajo. ¡GÑIAAAAAÁ!.

-¿Qué ha sido eso?

-El grito agonizante de la marcha atrás. Este ya no pasa la ITV.-Soltó el freno y el coche se desplazó lentamente hacia atrás hasta que la rueda trasera chocó con el bordillo. Después dio un giro en dirección contraria y, con un par de movimientos más, el auto quedó perfectamente aparcado. Marta miró a Salva -¿Qué? ¿Un bañito?

-¿Recién comido? ¿Y qué me de un corte de digestión?

-¿No será que no quieres enseñar esa tripa cervecera?- Marta sacó la llave del contacto.

-¿Qué tripa cervecera?

-Esa que intentas disimular aguantando la respiración.-Apretó el botón de la guantera y ésta se abrió de golpe sobre las rodillas de Salva que se echó hacia atrás de un respingo mientras dejaba escapar el aire que aguantaba en los carrillos. -¿Ves?- Marta le apretó con un dedo el ombligo. – ¡Mira que mona! Ha salido a saludar.

-Bueno, dejemos de hablar de mí y vamos para adentro.- Salva salió del coche.

-Ve tu delante.-rebuscó en la guantera- enseguida te alcanzo.



o-o-o-o-o-o-o-o





La entrada era amplia y luminosa. Un suelo de mármol de Macael conducía hacia un desnivel. En ambos lados del escalón habían colocado unos grandes jarrones sobre los que caía una pequeña columna de agua que salía del techo. Pese a estar llenos, el agua no llegaba nunca a desbordarse. Tras el desnivel, un mueble bajo, a la derecha, de pared a pared, servía de soporte para un amplio muestrario de revistas y periódicos. A la izquierda, unas grandes tumbonas de piel invitaban al descanso. Salva cogió La Monda y se echó en una.

-¿Qué haces?-Marta le pellizcó el muslo.

-¡Ay!-se acarició la pierna- Pensaba echarme la siesta.


Marta le tiró de la manga.-De eso nada, héroe. Vamos.

Tras las tumbonas, una amplia recepción separaba la zona de relax de la de baño. Marta, arrastrando a Salva se acercó a ella. Detrás de un ordenador se sentaba un hombre joven, de unos treinta años, con el pelo recién cortado. Una camiseta blanca de algodón permitía adivinar una gran masa muscular. El hombre sonrió mostrando unos dientes perfectos.- ¿Puedo ayudarles?-Les tendió un folleto.-Quizás esto les sirva de ayuda, es un resumen de nuestros servicios.

-¿Cien euros la hora?-Salva sacudió la cabeza- ¿Por un chapuzón?

-Incluye las toallas.-El recepcionista le arrancó el folleto de las manos.- Si no se ajusta a su presupuesto lo único que puedo ofrecerles es una ducha fría.-Le miró de arriba abajo. Le vendría bien.

-¿Qué insinúa?- Salva empezó a levantar el brazo. Marta lo sujetó.

-¡Si no hay más que verte! Te estás durmiendo de pie.-Marta se volvió al recepcionista.- Verá, no queremos hacer uso de las instalaciones- sacó una pequeña cámara digital de su bolsillo. -Sólo queremos hacer unas fotos- Sonrió- Somos periodistas.

-¿Periodistas? El hombre cambió el gesto, al contrario de lo que Marta esperaba, no sonrió, sino que se puso serio. Parecía molesto.

-¿Ocurre algo?

-Nosotros defendemos la intimidad de nuestros clientes. No le autorizo a hacer fotos.

-¡Oh, no tiene por qué preocuparse!- se acercó a la oreja del recepcionista- Verá…la hija de alguien muy importante va a celebrar su boda. No puedo dar nombres, pero tiene mucho dinero. Nos lo ha chivado su “ex”. Parece ser que uno de los regalos es un bono anual de este Spa. Nosotros sólo queremos sacar fotos de la piscina, sin enfocar a nadie ¿comprende? Para ponerlo en el artículo. Puede servirles a ustedes de publicidad.

-No, sé… ¿sin sacar a nadie?

-Se lo garantizo- Marta se metió por detrás de la recepción y cogió por el brazo al sorprendido hombre.-Si quiere podemos esperar hasta la hora de cierre y así nos aseguramos de que no haya nadie bañándose. Mientras tanto… ¿por qué no nos enseña las instalaciones? Salva, ven… ¿Salva?- Se volvió. Salva estaba en la entrada de la piscina, junto a los vestidores. Miraba embobado a una mujer, con traje de baño y gorro blancos. Estaba haciendo largos, ajena a todo. Mantenía la cabeza erguida, era guapa y lo sabía, nadaba de una forma presuntuosa, exagerada, como si se creyera un ser superior, inaccesible a todos. Marta se acercó a Salva y le cerró la mandíbula con la mano- Goteas.

Salva no pestañeó. -¿No te parece la mujer con el mejor físico del
mundo?

5/8/09

FIN DE LA PRIMERA PARTE

Queridos lectores:

La editorial ha decidido dividir la historia de Angelita, Marta y Salva en varias entregas. Hasta aquí llega la primera parte. Los suscriptores podrán recibir la siguiente entrega a partir de Octubre. No publicamos en verano, para mantener la frescura de la narrativa (como los Ferrero Rocher).

La autora les agradece la gran aceptación que está teniendo entre los internautas y promete volver en Octubre para retomar su trabajo. Mientras tanto, habrá que esperar.

Volveremos tras la publicidad.



15/4/09

capítulo cuarenta y uno

La comunicación es vital para el ser humano. Sólo a través de ella podemos relacionarnos con los demás y saber qué ocurre a nuestro alrededor. Cualquier hecho novedoso circula a velocidad vertiginosa de un individuo a otro. La curiosidad es tan poderosa que se salta todas las barreras con tal de alcanzar su destino. No nos paramos a pensar en el contenido del mensaje, si es bueno o es malo, lo importante no es eso. Lo importante es saber algo más.



-¿Hola?- Salva acababa de entrar por la puerta. Las luces estaban apagadas. Como llevaba varias bolsas en las manos, dobló un poco las rodillas para que el interruptor que había al lado de la puerta quedara a la altura de su nariz. Apretó la cara contra él y la luz se encendió.


-¿Uhm?- Marta parpadeó varias veces y levantó una mano para protegerse del resplandor de la bombilla. Estaba reclinada en el sillón de su mesa y tenía el pelo un poco enmarañado- ¿Ya has vuelto?

-¿Estabas frita? ¡Fíate tú de los colegas del trabajo!- Dejó las bolsas sobre el escritorio.


-No te rías de mí. Estoy muerta. ¿De dónde vienes?


-De hacer la compra. He traído comida- Empezó a sacar cosas, una barra de pan, unas latas, La Monda - Ha sido una mañana muy productiva.

-¿En serio? Pues cuéntame.


-Primero voy al baño. Ya no aguanto más.


-¿Tanto miedo te doy?


-No- La voz de Salva resonaba detrás de una puerta corredera- Demasiada agua para mí, eso es todo.


-Oye ¿No habrás bebido verdad?


-Un disparate- Apareció en el umbral- Después de dejar tu paquete comenzó a llover y , como no tenía paraguas, me refugié en el único bar que encontré abierto ¿A qué no sabes a quién me encontré pegado a la barra?


-¿A Joaquín Sabina?


-Casi. A un tipo de pelo cano con una camisa a punto de explotar.


-¡El camionero!- Marta se incorporó en el sillón.


-Pues si. Caí sobre él como un ave rapaz sobre su presa. Quería que me dijera dónde se escondía su jefe Pablo… ¡Y no veas lo que me ha costado! ¿Adivinas cómo lo he hecho? Piensa.


-No tengo ni idea. Pienso más a menudo en el cuándo, a veces en el dónde; siempre en el cuánto.


-No ha sido mucho, sólo me ha costado invitarle a tres o cuatro copas, por eso no nos vamos a arruinar. Pero merecía la pena. Parece ser que nuestro “moroso” es un jeta de cuidado. No trabaja demasiado, por lo menos el del camión no le ha visto nunca en ninguna oficina, sólo le hace encargos de vez en cuando. Pero el tipo vive de miedo. Se pasa la vida machacándose en los gimnasios y en hoteles de lujo. La última vez que le vio, tuvo que ir a recogerle a un Spa del centro. Me ha dado la dirección. ¿Vamos?

-¿Tú estás loco? ¿Sin comer?- Marta abrió un pequeño armario que escondía una mini-cocina con placa, fregadero y unos pocos armarios y cajones- Si quieres acción lee un buen libro. Yo voy a cocinar algo – Sobre la placa había un soporte móvil con un pequeño televisor. Marta lo hizo a un lado.


-Mejor pongo las noticias, llevo tres días sin saber qué pasa en el mundo- Salva se levantó y pulsó el botón de encendido del receptor.






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-¡Oye!- Marta había levantado la vista y se había quedado con la mirada fija en la pantalla- ¿Te has fijado en las cajas donde estaba el alijo? ¡Había unas iguales en la nave, pero vacías! ¿No dijiste que el tal Pablo se pasaba la vida en gimnasios?



-¿No pensarás que…?



-Cambio de planes- Le lanzó una barra de pan que Salva cogió al vuelo- Hazte un bocata, y rapidito. Nos vamos de Spa.

14/4/09

capítulo cuarenta

El azar es juguetón por su propia naturaleza. Aparece y desaparece a voluntad, divirtiéndose con ello. Lo conjuramos esperando que sea obediente y se comporte como y cuándo nosotros queremos. Pero la realidad es bien distinta. Lo cierto es que nunca está cerca cuando lo llamamos y sin embargo asoma en el momento en que menos lo esperamos, y… a su manera.


“Y el número de la suerte es…”- Salva pulsó la pantalla del expendedor automático que había en la entrada de la oficina de correos. Un pequeño papel salió de la ranura “116”. Miró hacia lo alto de la escalera, “espero que no sea el número de peldaños”. Empezó a subir; desde allí divisaba la pantalla que avisaba de los turnos. Frente a ella había dos bancos. Se sentó. Su mirada se dirigió a la ventanilla de envíos. Una mujer con la cara surcada de arrugas intentaba envolver un pesado libro de hojas cuarteadas. “No sé quién es más viejo, si el libro o ella. ¿Cuántos años tendrá?” Salva giró la cabeza para leer el título grabado en el lomo. “La reproducción de los pájaros”. Volvió la mirada al panel.

-¡Zing!- Unos pequeños puntos rojos formaron el número escrito en el papel. Se levantó y dejó sobre el mostrador el paquete que llevaba bajo el brazo.

-¿Normal o certificado?- Un hombre bastante cansado le miraba desde un taburete.

-Pues no sé. No me lo ha dicho. ¿Certificado?- Miró el paquete. Marta había escrito con muy buena letra un nombre y una dirección. Sólo reconoció el primero “Enrique Huertas”

-Es más caro- El hombre miró la dirección del paquete- Esto está muy cerca. Le sería más barato si lo llevara usted mismo.

-Lo suyo es vocación, ¿eh?

-Intentaba darle soluciones.- El hombre torció el gesto, cogió el paquete sin mirarle, lo pesó. Le colocó unos sellos y lo dejó sobre una rejilla.

-No se enfade, hombre. Es que me ha hecho gracia- Salva sacó un billete- Tome y lo que sobre para el bote.

-No nos está permitido- Sin mirarle, dejó el cambio en el mostrador y le dio la espalda.

“Qué simpático”. Salva volvió a las escaleras y salió a la calle. Estaba mojada. “¡Porras, no cogí el paraguas!"- Se subió el cuello de la chaqueta hasta la cabeza y echó a correr. Recordaba que había un bar a un par de manzanas . “Espero que aún esté abierto”. Sus piernas le llevaron a una pequeña puerta de madera y cristal. Le pegó una patada con la punta del zapato y la abrió. Dentro hacía bastante calor. La decoración era bastante cutre y la clientela no mucho mejor. Sus ojos se fijaron en un hombre de pelo gris que se mantenía apoyado, a duras penas, en la barra. Tenía abierta La Monda por la sección de deportes. Llevaba puesta una camisa al menos dos tallas menor a la suya. Estaba borracho. “Me la juego a que éste hoy no va a coger el camión”- Se acercó.

-Perdone, ¿Es el periódico de hoy?

-Si- El hombre de la camisa escupió en la papelera que tenía a sus pies- Pero lo estoy leyendo yo.

- Claro, claro- Salva se fijó en el llavero que asomaba por uno de sus bolsillos. Era un círculo cruzado por unas líneas azules y blancas- Sólo quería saber los resultados de “el Español”.

-¡Un periquito!- El hombre sonrió mostrando unos grandes dientes amarillos- Eso se merece una copa- Metió la mano en el bolsillo y sacó una moneda. Al ponerla sobre la barra resbaló y fue a caer en la papelera. Se agachó para cogerla.

-¡De ninguna de las maneras!- Salva le dio una patada al cubo.- Invito yo, ¡Faltaría más! ¡Para una vez que encuentro a uno de los míos! Señaló a una mesa- Siéntese ¿Qué va a tomar?

-Un Gin-Tonic - El hombre de la camisa se arrastró hacia una silla.

-Pues que sean dos- Salva llamó a la camarera -Ponme un Gin-Tonic bien cargado y un vaso de agua - Mientras lo preparaban, se sentó junto al borracho- Y qué.. ¿El trabajo bien?

-Pse, no me puedo quejar…pero el camión quema mucho- Se rascó los ojos- Tienes poco tiempo para ti.

-Menos mal que tenemos a De la Peña.

-Si, pero se ha lisiao- Soltó un eructo.

-¡Eh!- La camarera le hizo un gesto para que se acercara. En la barra había dos vasos.

-¿En cuál está el alcohol?

-En el que tiene dibujado un mortero.

-Perfecto, vaya preparando otros dos iguales- Salva cogió los dos vasos y los puso en la mesa.

-Toma, brindemos por De la Peña.

-¡Eso!- El de la camisa estiró el brazo y cogió un vaso que tenía un pequeño castillo dibujado.

-¡Espera!- Salva señaló a la tele - ¿No es ese Iván Alonso?

-¿Ya le han dao el alta?- El hombre dejó el vaso y giró la cabeza hacia el televisor, momento que aprovechó Salva para darle el cambiazo.

-¡Ah, no! Es Matías el del Real Murcia, es que se parecen.

-La verdad es que son clavaos - El hombre cogió el vaso con el mortero y lo apuró de un trago. Empezó a levantarse.

-No te vayas hombre, que está lloviendo un montón. Anda, te pago otra, que hace frío.

-¡Ese es el espíritu de los periquitos!

-¡Eh!- de nuevo la camarera llamó su atención.

-¿Y ahora? Salva señaló los dos vasos.

-En el del Dragón.

-Y dime….-Volvió a la mesa y colocó los dos vasos frente a frente… - ¿Tienes mucho curro últimamente?

-Pse- El hombre de la camisa dos tallas menor volvió a coger el vaso con agua- Un poco de tó.

- ¿Esa moneda es tuya?- Salva señaló al suelo para que el otro se agachara. Funcionó. “Me va a tener todo la tarde jugando al trilero . Suspiró. “Espero que merezca la pena y le saque algo”


10/4/09

capítulo treinta y nueve

(Los usuarios de Firefox tienen que abrir el último enlace en otra pestaña para poder verlo)
Los hombres se han auto impuesto unas normas para regir sus vidas. Las leyes no son sino límites que no debemos cruzar si queremos vivir tranquilos. Es como caminar en una habitación oscura. Nuestros pasos se muestran torpes porque no sabemos en qué momento podemos tropezar y caer. Sólo cuando alcanzamos las paredes que delimitan el espacio, empezamos a saber por donde nos movemos y por lo tanto, podemos alcanzar cierta autonomía y confianza. Traspasar esos límites nos llevará, sin duda, otra vez al miedo y la angustia.



-¿Y si pusiéramos un anuncio en el periódico?- Salva se balanceaba hacia atrás en su silla mientras pasaba una a una las páginas de La Monda.


-Eso cuesta un dinero que no tenemos- Marta cortaba trozos de cinta adhesiva y los iba pegando en el borde de la mesa del pequeño escritorio. Sujetaba con un dedo la unión que hacía el envoltorio de papel marrón que cubría un objeto grueso y rectangular.


-Pues vamos a ver al tal Huertas y le pedimos que nos pague- Mientras hablaba, guiñaba los ojos y se acercaba el periódico a la cara.


-Si, ya me lo imagino. “Perdone, el otro día cuando le espiábamos descubrimos que conoce a un tal Pablo que nos debe dinero” - Marta miró a Salva- Enciende la luz, te vas a quedar ciego - Cogió un trozo de cinta y la pegó sobre el papel- O mejor, “¿Cómo me había dicho que se llamaba su padre?”- Terminó de hacer el paquete y lo dejó aparte- ¡Todo de lo más normal!


- ¿Y no nos queda algún pedido pendiente?- Se levantó y le dio al interruptor. La habitación se iluminó al instante.


-De momento no. El teléfono está acumulando polvo. Eso sí, la vecina de arriba está encantada.


-El caso es que me suena que hay un trabajillo que aún está sin termi…- Salva se cayó. La luz de la habitación empezó a parpadear - ¡Vaya, esa bombilla se va a fundir!


-Imposible, la cambié hace dos días. He puesto una de ahorro de energía, es nueva, no debería fallar.


-Pues no creo que sea la tensión- Se acercó a la ventana y metió los dedos entre las lamas de la persiana- El cielo está completamente negro. Casi no se ve el otro lado de la calle. Esta tarde, tormenta. ¡Porras! - El parpadeo se apagó definitivamente. El despacho se quedó en completa oscuridad- ¿No hemos pagado la luz?


-Hemos pagado el último recibo. El nuevo aún no ha llegado.


-¡Ya me acuerdo!-Salva se golpeó la frente- Nos falta la instalación de la alarma de puerta del viejo ese- Salva empezó a girar la varilla de la persiana, abriéndola y cerrándola, para intentar dejar entrar un poco de la luz de la calle.


-Si, creo que con eso tendremos bastante.


-¿Para el anuncio?


-No, para los sellos- Marta se acercó a Salva tanteando las paredes en la oscuridad- Toma- Le entregó un paquete- Llévalo a correos. Y no te distraigas por el camino. Tienes que dejarlo antes de las dos, que es cuando cierran.


-¿Qué hay dentro?


- Un regalito.

-Vale, pero iré andando. Se ha acabado la gasolina- Le dio un beso en la mejilla - Igual tardo un rato.


-¡Siempre estás buscando excusas para escaquearte del trabajo! - Marta abrió la puerta y le empujó suavemente- Anda, tira.


-Bueno, pero echa el cerrojo. No me gusta dejarte sola, así, a oscuras.


-No te preocupes. Me las apañaré.




9/4/09

capítulo treinta y ocho

Aunque poseamos un carácter fuerte, la vida a veces nos pone a prueba. No es fácil vivir cuando las cosas nos van mal. Tendemos a deprimirnos porque nos sentimos frágiles. De repente todo se vuelve gris, como una película antigua. Sólo hay una forma de recuperar el ánimo: Enfrentarnos a nosotros mismos.




-No deberías haberle permitido a “Fred” que bajara a por el pan. Podría haberlo hecho yo.


-Bastante tienes con cuidar de mi.- Angelita se acercó a la ventana- Desde el accidente, me he convertido en una pobre inválida. Si no estuvieras tú, ya estaría en un asilo.


-¿Por una escayola?- Marta le acarició el pelo con cariño- ¿Qué pasa? ¿Estamos depres?


-A lo mejor. Pero antes estaba mucho más ágil, tenías que ver cómo bailaba. Y era tan alta y tan guapa….como una actriz de cine.


-Y lo sigues siendo. Estás mucho mejor que yo.


-¿Pero qué dices? ¡Mírate! ¡Si eres una muñeca!


-Por favor, dejad de tiraros los tejos. ¡Tanta violencia me puede!- Salva había vuelto de la cocina. El perro le seguía moviendo la cola.


-Tienes razón. Venid, mirad un momento.- Angelita dobló un dedo hacia el interior de su palma. Marta y Salva se pusieron a su lado.


-¿Qué?


-Allí abajo, en la panadería- “Fred” había salido de la tienda. Llevaba una barra de pan bajo el brazo. Un gato jugueteaba con sus pantalones. Él intentaba mover la pierna para alejarlo pero sin éxito. De repente la puerta se abrió. El gato dejó la pierna y saltó con gran agilidad hacia el interior. Volvió a salir cómodamente instalado en los brazos de su dueña.


-Muy tierno- Salva se dio la vuelta en dirección al sofá.



-¡No, espera! –Angelita señaló a la muchacha- ¡No me digáis que no se parece a Ginger RogersGinger Rogers!



-¡Así que era eso!- Marta puso los brazos en jarras- Todo este montaje de las manzanas, la comida y el pan era un simple truco de casamentera. ¿No te da vergüenza? ¡Es para darte de patadas!


-Vamos, no seas tan dura con ella- Salva había vuelto y apoyaba la mano sobre el hombro de Angelita- ¡En algo se tiene que entretener! En el fondo es una romántica- Le acarició la cabeza- Oye, ¿por qué tienes sangre en el pelo?


-¡Ups!- Marta se miró la mano. Ya no llevaba la tirita y la herida se le había vuelto a abrir. ¿Dónde se me habrá caído?


- Pregúntale a este – Salva levantó al perro en alto. Babeaba con la boca abierta y la lengua afuera. Una pequeña tira marrón colgaba de uno de sus colmillos-Que, ¿lo contratamos de recogedor?

8/4/09

capítulo treinta y siete

Como somos sociables, nos gusta rodearnos de familiares y amigos para no sentirnos solos. La compañía de los demás nos da tranquilidad porque nos hace sentirnos parte de un todo. El aislamiento no es bueno. Nos altera de tal manera que podemos cambiar radicalmente nuestra forma de comportarnos. Volvernos ariscos y extraños. Como seres sin alma.



-¡Vaya! viene usted muy elegante- Marta le había abierto la puerta a “Fred” y observaba admirada el impecable traje negro y la pajarita blanca que lucía en el cuello.


-No se si me he pasado…- Fred no había podido evitar mirar los vaqueros que llevaba ella.


-Para nada. La ocasión lo merece. Pase usted- Cerró la puerta.


-¡Guau, Guau!


-¡Uy, perdona!- la cola de la mascota del frutero no había terminado de pasar del todo. Marta volvió a abrir, liberando al pobre animal.


-¿Angelita?- Entraron juntos en el comedor.-Ya estamos todos, creo que podemos empezar.


-¡Qué puntual! Por favor, siéntese- Angelita llevaba un vestido largo que le cubría la escayola de la pierna hasta el tobillo- ¿El perro también quiere una silla?


-No lo mime usted. Él se quedará a mi lado. Ya ha comido- “Fred” miró la mesa. Manteles de hilo, servilletas bordadas y flores frescas – No tenía que haberse molestado. Parece la mesa de un conde.


-Si las cosas no se usan se estropean. Créame, tengo pocas ocasiones de presumir de vajilla.


-¡La comida!- Salva tenía puestos unos grandes guantes de cocina con flores para no quemarse con la fuente que acababa de sacar del horno. Se dirigió a Fred - ¿Puede usted acercarme ese salvamanteles? Gracias- Dejó caer suavemente la fuente- ¡Esto tiene una pinta estupenda! Estoy deseando probarlo- Se quitó los guantes y se sentó.


-Primero habrá que hacer los honores- Marta se acercó a la mesa. Traía un cuchillo y un trinchador en la mano.


-Bueno, y ¿Cómo le va?- Salva se puso una servilleta en el cuello.


-Pues de momento sigo vivo. Pero ¡ni un alma, oiga! Nadie entra. Como siga la cosa así, igual tengo que cerrar.


-¡No me de esos sustos!- Angelita se llevó una mano al cuello- ¡No podría vivir sin usted! ¿A quién le compraría las manzanas?


-Por eso no se preocupe. Después de todo, usted es mi mejor cliente.


-¡Ay!-Marta tiró el cuchillo al mantel.


-¿Qué pasa?


-Me he cortado- Se sujetaba el dedo con la otra mano. Una gota de sangre escapaba de un pequeño corte que le cruzaba la yema.

-Lo mejor es que lo chupe- “Fred” se había levantado y se había colocado a su lado- Así cortará la hemorragia.


-Coge una tirita, creo que tengo en la cocina, junto a los cubiertos- Angelita cogió el cuchillo y se lo pasó a Salva- Será mejor que lo hagas tú.


-Esto demuestra que los hombres aún servimos para algo. ¿Me acerca su plato?

-Claro.


-Y dígame- Salva continuaba sirviendo los platos- ¿Tiene algún hobby?


-La verdad es que, como me tiro todo el día encerrado, suelo salir por las noches a dar una vuelta.


-Un noctámbulo ¿eh?- Le guiñó el ojo- Supongo que aprovechará para ir de caza.


-¡Oh, no! Ligar no se me da nada bien. Soy demasiado feo para que nadie se fije en mí.


-¿Feo?- Angelita sacó el servilletero y lo dejó aparte -Usted no se ha visto en el espejo ¿verdad?


-Pues yo creo que es muy atractivo- Marta se sentó en la mesa. Cogió la botella de quianti con la mano herida- ¿Me da su copa?


-No, gracias. Yo nunca bebo vino.


-Tienes razón, es un partidazo -Salva dejó el cuchillo y alzó su copa -Brindo por ello- Bebió- Seguro que también baila de maravilla.


-Pues no, se me da fatal. En las fiestas dejo que bailen los demás. Yo como mucho, les acompaño al órgano.


-¿Es usted músico? ¡Que envidia! Un día tiene que venir y tocarme algo. ¡Me encanta la música!


-No se crea.-“Fred” se sonrojó, en realidad soy muy malo. Sólo me sé unos pocos acordes para salir del paso. Pero si eso le entretiene, lo haré muy a gusto.


-¡Es usted un pedazo de pan!


-¡Dios mío, el pan!- Angelita, se llevó las manos a la cabeza - ¡Se me ha olvidado comprar el pan!


-La panadería aún está abierta- “Fred” se levantó- En seguida vuelvo- Se limpió la boca con la servilleta y se dirigió a la entrada.


-¡Pero es usted nuestro invitado!


-¡Pum!-El ruido de la puerta al cerrarse silenció la protesta de Marta.

-Si, pero no es el único. Tenemos otro que está como en su casa- Señaló al perro. Junto a él había una pequeña masa marrón. Salva se levantó y fue a la cocina. Volvió con una hoja de La Monda y se agachó para poder limpiar el suelo- ¡Hasta nos ha dejado una muestra de su cariño!



7/4/09

MARCAPÁGINAS





Hacemos una breve pausa en el relato. No se preocupen, seguramente mañana podremos pasar página. Hay unas cuantas cosas que requieren mi atención y que me van a impedir continuar con la historia hoy. Pero no me gustaría que se perdieran. Por eso, coloco el marcapáginas, para que sepan por dónde nos hemos quedado.














Pero para que no se aburran, aunque yo no esté, se me ha ocurrido cómo pueden jugar.

6/4/09

capítulo treinta y seis

Cuando hacemos algo bien solemos tomar nota de ello. Si por casualidad volvemos a encontrarnos en una situación parecida, lo más seguro es que volvamos a actuar del mismo modo. Sin embargo, puede ocurrir que nos enfrentamos a algo por primera vez. Lo que antes nos servía puede no funcionar ante un hecho novedoso. Lo único que podemos hacer entonces, es improvisar una nueva receta.




-Me alegro de que hayáis podido venir los dos.-Angelita había abierto la puerta para que entraran Marta y Salva. –Así la conversación será más fácil.


-Como no sabíamos quien es el invitado estrella, he traído una botella de quianti. – Salva levantó la mano para mostrarle la etiqueta. - “Cosecha del noventa y uno”.


-¡Qué detalle! El vino siempre es un acierto- Angelita cogió la botella y se la puso en el regazo. Comenzó a girar las ruedas en dirección a la cocina.


-Si, y además es buenísimo para el hígado.- Marta cerró la puerta tras de sí- ¿quién es el afortunado?


-“Fred”.


-¿El de la frutería? ¡Claro! es el más apropiado para ser tu “media naranja”.


-No digas tonterías.- Angelita señaló la nevera - Anda, hazme el favor; en el congelador encontrarás una pierna de cordero. Sácala y métela en el microondas para que se descongele.


-¿Y yo que hago?- Salva se había sentado en un taburete cerca de la alacena.


-Abre esa puerta, es donde guardo las manzanas.


-¡Hey!, ¡Aquí hay un verdadero alijo!- un montón de bolsas ocupaban todo el espacio disponible- ¿Para qué quieres tantas?


-Se supone que se gana la vida con ellas.- Marta cogió una manzana y se la ofreció a Salva.- ¡Manzanas, manzanas frescas!- Su voz era fingida, como la de una vieja- Sospecho que así consiguió pagar la universidad.


-Ejem...-Angelita tamborileaba con los dedos sobre la encimera.- Cuando hayas terminado de describir mi doble vida podrías empezar a cocinar algo.


-¿El que? Mis conocimientos culinarios son muy limitados. Para mí la pizza es nouvelle-cuisine.


-No te preocupes- Angelita abrió un cajón y sacó una carpetilla con fuelle.- Aquí guardo un montón de recetas que he ido recortando de La Monda . Busca la del asado de cordero con manzanas. Es muy fácil, sólo tienes que seguir las instrucciones.


-Bueno, pero ten a mano el teléfono de la pizzería por si las moscas.


-Si no conseguimos cobrar pronto, me temo que ese va a ser el plato principal de nuestra dieta- Salva se había vuelto a sentar en el taburete.


-¿Pero aún no habéis conseguido que os paguen? Pensaba que ya habíais encontrado a otro que se hiciera cargo del pagaré. ¿Cómo me dijiste que se llamaba?- Angelita chasqueó los dedos intentando recordar.


-¿Huertas? - Marta se había puesto un delantal y había cogido un cuchillo para mondar las manzanas.


-¡Eso! ¿No lo habéis encontrado?


-No exactamente. El del pagaré se llama Gonzalo.


-¿Gonzalo?- Salva estuvo apunto de caerse de espaldas. - ¿Quieres decir que he vuelto a pasar la tarde espiando a otro para nada?


-Espiar es una palabra muy fea. Digamos que no hemos podido evitar cruzarnos con él un par de veces.- Marta cogió una fuente y empezó a colocar los trozos de manzana en el fondo.- Angelita, ¿Dónde guardas las cebollas y el tomate?


-En el verdulero. Ahí a tu izquierda.


-Pero tú me dijiste que era Huertas- Salva se había levantado al oír el pitido del microondas - Esto ya está. ¿Lo saco?


-Si. Ponlo en la fuente y échale sal- Marta tenía en la mano un par de botes de especias - Veamos, tomillo, romero y laurel - Le dio vueltas al recorte que había cogido de la carpeta- Y un poco de vino blanco. ¿Tenemos?


-Si, Salva, sácalo de la nevera.- Angelita se acercó a Marta- ¿Y cómo se llama el otro Huertas?


-Enrique – Marta cogió el Tetrabrick que le tendía Salva y echó un generoso chorro sobre la carne- Podría ser su hijo, o su primo.


-No, los primos somos nosotros- Salva señaló la fuente- ¿La meto en el horno?


-Si. Ponlo a ciento cincuenta grados durante una hora. Gracias.


-¿Le has puesto aceite?- Angelita tenía una botella en la mano.


-Es lo primero que he hecho- Se sentó en el taburete que había dejado libre Salva- Ahora a esperar.


-Bueno, si es familia del tan Gonzalo a lo mejor podemos conseguir algo de él –Salva miraba alrededor buscando otro sitio donde sentarse.


-Dinero tiene. Eso seguro. Es un hombre poco común, de los que son capaces de hacerse un traje a medida, ya me entiendes.


-Hablando de trajes, debería cambiarme- Angelita giró las ruedas hacia atrás- Voy un momento a la habitación. Vigilad el cordero, que no se queme.


-¡Pero si no han pasado ni diez minutos!- Aún tiene que estar crudo- Salva pegó un salto y se sentó en la encimera. Marta abrió un poco la puerta del horno.


-Bueno, de momento, hemos conseguido que deje de chillar.

5/4/09

capítulo treinta y cinco

Luces y sombras. Nuestra vida puede ser muy colorida, pero al llegar la noche, el arco iris deja paso al claroscuro. Dos tonalidades que se mezclan entre sí en una enorme gama de matices. Lo que veíamos tan claro por la mañana, se vuelve confuso al caer el sol. Justo cuando estábamos más seguros de acertar nos damos cuenta de que podemos fácilmente confundirnos. Por eso siempre necesitamos algo que nos ilumine y nos saque del error.


-Espero que lleguen pronto, esto no hay quién lo aguante.- Marta se tapaba las orejas con las manos. El sonido de la alarma había empezado muy flojo, pero conforme pasaba el tiempo, el volumen se había ido elevando. Aunque se habían metido en el coche, era imposible no oírlo.


-No seas quejica. Esta no es de las más fuertes. Recuerdo una vez…- Se interrumpió.


-Brusss!- Desde fuera del coche les llegaba un ruido muy definido, como de alguien que caminara sobre gravilla.


-¿Has oído eso?- Marta bajó la ventanilla.- Creo que viene de ese lado del muro. - Asomó la cabeza - No veo a nadie. ¡Ay, esa horrible alarma! Podrías haber tenido una idea que sólo te diera dolor de cabeza a ti, digo yo.


-Calla, que no me dejas oír.


-¿Qué yo no te dejo oír?


-Y encima se ha hecho de noche. – Salva abrió la guantera.- ¿No había una linterna por aquí?- Rebuscó.


-¡Brusss!, ¡Brusss!


-¡Otra vez!- Marta señaló a la verja- Viene de allí. Pero no hay nadie. Salvo que sea el hombre invisible.


-Si, un hombre invisible con bigote- Salva había encontrado una pequeña linterna de bolsillo y dirigía el haz de luz hacia la verja. Dos puntos brillantes aparecieron a pocos centímetros del suelo. Era un gato.

-Pues de este no esperes cobrar.


-De este no, pero a lo mejor de ese sí.- Apagó la linterna justo en el momento en el que dos faros enfilaban la carretera en dirección a la nave. Un coche oscuro se dirigía con mucha velocidad hacia la verja. Al entrar en el recinto apagó los faros.


-¡Lo tenemos!- Marta empezó a abrir la puerta.


-Espera.-Salva le tapó la boca.- No viene sólo- Una luz se había encendido en el interior del coche dejando ver la cara del conductor - ¡Ese es Pablo-no-se-qué! Se va a enterar.


-Todavía no.- Ahora era Marta quién le tapaba la boca- Quiero saber quién es el otro- En el asiento del acompañante se dibujaba la silueta de un hombre. Parecía relajado, porque tenía el asiento echado hacia atrás y los pies cruzados sobre el salpicadero. Estaba leyendo La Monda. No podían verle la cara porque la ocultaba con el periódico abierto.


-Mira, ese va para adentro - Pablo no-se-qué había abierto la portezuela para bajarse del coche y estaba ya entrando por la pequeña puerta lateral.



-¡Brusss! ¡Bruss!.- El gato también había entrado en el recinto y se dirigía al coche.


- Tiene hambre. Espero que le gusten las cucarachas.


-Creo que le gustan más los cocodrilos. Mira – Salva señaló el coche. La puerta de atrás estaba también abierta, pero no se había dado cuenta hasta que el gato había pasado por debajo de la del conductor, moviéndola ligeramente con el lomo. Un par de zapatos hacían de barrera por debajo de ella y no dejaban que el animal siguiera avanzando - ¿Ves? ¡Hay alguien más en el coche!


-¡Maaaau!- El gato había dado un respingo. El dueño de los zapatos había intentado darle una patada, pero al hacerlo se había echado un poco hacia delante y la luz cenital del coche dejó, por unos segundos, que distinguieran unas gafas sin montura.


-¡Es Enrique Huertas! ¿Qué te pare…?- Guardó silencio.- ¡Vaya! ¡Que gusto! - El sonido de la alarma dejó de sonar en ese momento- Un minuto más y me hubieran tenido que internar en el psiquiátrico.


-¿Otra vez?


-Ja, Ja, Ja…Puedes ser todo lo irónico que quieras, pero te digo yo que ese ruido es como para volverse loca.- ¡Ni-Na-Ni-Na-Ni-Na!- Marta se volvió a tapar las orejas.- ¡Dios mío! ¡Aún lo oigo en mi cabeza!


-¡Mierda! Con eso no contaba.- Un coche oficial avanzaba por la carretera. Llevaba unas luces intermitentes en el techo- ¡No comprobé si la alarma tenía conexión con la policía!


- Pues ahora no podemos acercarnos. No sabría que contestarles si nos preguntan.


-¡Mierda, mierda y mierda! Salva golpeaba la guantera con el pie.


-Venga, no te pongas así. Relájate. Vámonos a casa y te das un baño.- Estás hecho un adefesio- Marta le miró a los ojos- Después de la depilación de las cejas, el paquete de belleza continúa con un buen afeitado - Le rascó la barbilla con dos dedos- ¡Tienes ya más pelo que un castor!

4/4/09

capítulo treinta y cuatro

Una de las cosas que nos diferencia de los animales es nuestra capacidad de deducción. Podemos descubrir y desentrañar cosas muy complicadas a partir de pequeñas premisas. Un proceso lógico que realizamos más veces de las que creemos. Sin ser conscientes. Sin embargo, cuando alguien asiste al momento en el que encontramos una clave oculta, somos como magos ante un auditorio fascinado por nuestro espectáculo.



- ¿Nos vamos?


-¡AMOS! ¡AMOS! ¡AMOS!- El eco contestó a Marta desde el fondo de la nave.


-¡Pues venga!- Tiró del codo de Salva. Ni se movió. Estaba muy concentrado observando un pequeño panel en la pared.


-Déjame, estoy comprobando una cosa.- Pulsó una tecla con el dedo índice y se apartó del panel.


-Oye, ¿eso no explotará verdad?


-No. De hecho el sistema está desactivado. Que raro…


-Bueno- Marta sujetó la cara de Salva con las dos manos y la giró ligeramente hacia un lado en dirección a las cajas. – No parece que les preocupe que vayan a robar ¿verdad?


-¿Y el móvil? Parece muy caro.


-Tendrías que ver los mensajes de llamadas perdidas. Pueden haberlo dejado aquí hace días.


-No creo. Se le habría acabado la batería.


-Ahí me has pillado.


-Sea quién sea el que haya dejado el móvil, se marchó de aquí hace poco. Lo único que tenemos que hacer es volverlo a traer.


-¿Y cómo piensas hacer eso? ¿Con un hilo y un trozo de queso?


-Más bien con esto.- Señaló la alarma - Voy a activarla. Luego la hacemos sonar y esperamos tranquilamente a que venga.


-¿Y si no viene?


-Seguirá sonando hasta el final de los tiempos. La única manera de pararla es meter la clave.


-¿Y para activarla?


-También.


-Entonces ya podemos irnos. Puede haber millones de combinaciones.


-Probemos.-Salva pulsó varias teclas.




-¡Ting!- Una pequeña luz verde se encendió en el panel.


-¿Qué número has marcado?


-1,2,3,4,5


-¿1,2,3,4,5? Esa es la contraseña que pondría en mis maletas, de hecho… ¡es la de mis maletas! – Marta sonrió- ¿Te sabes la combinación de la loto?


-Podría hacerte creer que tengo increíbles poderes mentales, pero la verdad es que es la clave que ponemos los instaladores por defecto. La mayoría no la cambia nunca.


-Tengo que revisar mis maletas. ¿Cómo sabes que funciona? A lo mejor por eso la tenían apagada.


-Vamos a comprobarlo. No te muevas. Volvió a pulsar el panel. -¡Ting!- La luz verde se apagó.- Acércate a las cajas y tráeme una de esas hojas arrugadas de La Monda .


-No creo que sea el mejor momento para ponerte a leer. – Marta se alejó. Metió la mano en la caja donde estaba el móvil y sacó una bola de papel. Comprobó que el teléfono seguía en el sitio donde lo habían encontrado y volvió con Salva -Toma.

-Vale, ahora sal. Voy a activar el sensor de movimiento. Tenemos unos segundos hasta que la luz deje de parpadear- Pulsó de nuevo el panel y la luz verde se volvió intermitente. Salva cruzó la puerta hacia la calle.


-¿Y ahora?- Marta le miraba intrigada.


-Ahora, apunta adentro y lánzala tan lejos como puedas.

3/4/09

capítulo treinta y tres

(En el primer enlace hay que marcar la imagen y usar las flechas de dirección para girarla. Cuando se hacen bien las uniones, las imágenes se sueldan)

Durante siglos los científicos de todas las épocas han intentado conseguir un artilugio que no cesara de moverse. “Perpetuum mobile” lo llaman. Desgraciadamente, se trata de una quimera imposible de conseguir. Las leyes físicas impiden que esto sea factible. Las pequeñas imperfecciones de los materiales usados causan que tarde o temprano, la maquinaria se detenga. Queremos fabricar una ilusión, pero ¡que torpes somos al no darnos cuenta de que lo que buscamos ya existe! Un mecanismo que no sólo no cesa, sino que somos incapaces de pararlo: el tiempo.


“Eso si, lo llevamos lo mejor que podemos”. Angelita intentaba mantenerse entretenida. Desde que le pusieron la escayola, las tardes se le hacían muy largas y tediosas. Ni siquiera daban nada interesante por la tele. Desplazó las ruedas de su silla hacia atrás. Dio un pequeño giro y estiró la mano hacia el alféizar de la ventana. Encima de él reposaba una pequeña radio. La encendió y giró el dial hasta que empezó a escuchar los acordes de una melodía de tinte romántico. “Mucho mejor”.



Volvió a la mesa camilla. Sobre un pequeño mantel de fieltro verde se amontonaban varias piezas de cartón. Junto al mantel, la caja de un puzzle mostraba la imagen de un gran dinosaurio. Angelita cogió una pieza “esta tiene que ir en la zona de las costillas”. Giró el pequeño trozo de cartón entre sus dedos, buscando el ángulo adecuado. Tras unos instantes, la dejó caer junto a las otras. Suspiró. “Te estás haciendo vieja. Cada vez se te hace más difícil encajar las cosas”. Su mirada se dirigió otra vez a la ventana. Le fue fácil volver a ella, era una maniobra que realizaba cientos de veces al día.



Miró calle arriba. Antes estaba más transitada que ahora. La mayoría de las tiendas habían ido cerrando desde que las cosas no iban tan bien. Apenas un puñado de establecimientos no había puesto aún el cartel de “se alquila”. Sólo estaban abiertas las persianas del quiosco de prensa, donde Angelita solía comprar La Monda antes del accidente, y la tienda de “Fred”. Miró calle abajo. “Ah, no, se te olvidaba esa”. Una pequeña panadería que hacía esquina mantenía la persiana abierta hasta la mitad. Pegó la cara al cristal. Un hombre de pelo cano salió agachado del interior, seguido de una muchacha que llevaba un enorme gato de pelo corto en brazos. A Angelita le agradaba esa chica, la consideraba muy simpática y despierta.



¡Rasssss!- El hombre cerró la persiana con un fuerte pisotón sobre el asa. El ruido sobresaltó al gato que llevaba la muchacha. Se escapó corriendo calle arriba. Al llegar a la fila de árboles que se sucedían en la acera de la frutería, trepó por el primero de ellos. La chica se acercó y empezó a mirar hacia arriba.



-¡Guau, Guau! El perro de Fred se había percatado de la maniobra y había salido zumbando desde dentro y le lanzaba furiosos ladridos al intruso. El gato, intentando escabullirse, saltó de las ramas hacia el tejadillo de la marquesina de la tienda. El alboroto llamó la atención de “Fred” que salió a ver que ocurría. Se agachó a coger el perro y se puso a hablar con la muchacha.



“Vaya, vaya”. Se había formado un pequeño círculo de vaho en el cristal por permanecer tanto tiempo con la cara pegada a él. Abrió la ventana. Esto permitió que un viento fresco entrara en la habitación, pero también dejó escapar las notas que salían de su pequeña radio. El gato debió de escucharlas, porque de repente, dio un salto del tejado al suelo y salió corriendo calle abajo. Angelita sonrió. “Pues va a ser verdad que la música amansa a las fieras”.




2/4/09

capítulo treinta y dos

(En el último enlace sugiero darle a "Emulator" arriba a la derecha)
Algunas cosas pueden asustarnos. A unos más que a otros. Todo depende de nuestro carácter y de cómo nos haya tratado la vida. Lo que a algunos aterroriza puede ser perfectamente inofensivo e incluso gracioso para otros. Quizás nuestros temores desaparecerían si fuéramos conscientes de que el miedo no está en esas cosas…sino en nosotros.


-¿Puedes ir más despacio?- Salva casi corría intentando seguir a Marta, que ya se encontraba junto a la pequeña puerta lateral.


-No, cuanto antes entremos mejor. Yo no se tú, pero yo estoy deseando que nos paguen de una vez.- Marta levantó el puño y golpeó varias veces. ¡Pong, pong, pong! –Pegó el oído a la puerta.- No se oye nada… ¿Seguro que la llamada venía de dentro?


-¿De donde si no?- Salva extendió los brazos girando el cuerpo hacia ambos lados.- Prueba a abrir, es lo que iba a intentar yo antes.


-Vale, probemos.- Colocó la mano sobre la manija y empujó hacia abajo. -¡Ñiaccc!- La puerta se abrió con facilidad pese a estar un poco oxidada.


-¿Hola?- Salva había entrado el primero. Las luces estaban apagadas. Achinó los ojos para acostumbrarse a la oscuridad.


-¿OOLA?, ¿OOLA? ¿OOLA? .- El eco retumbó por todas partes.


-¡CARACOLA!


-¡OOLA! ¡OOLA! ¡OOLA!- El ruido cesó pronto. Salva miró a Marta con ojos asesinos.


-Lo siento, no he podido resistirme. Parece que la nave está vacía.


-No del todo.-señaló al techo.- Ahí hay un bicho a punto de caerte en la cara.


-¡Ay, Madre!- Marta miró arriba y vio una cucaracha que se paseaba a sus anchas. Se agarró al brazo de Salva.- Muy gracioso.


-Ese dichoso móvil tiene que estar en alguna parte. – Avanzó hasta el centro de la nave.- ¿Tú ves algo?


-¡Allí!- Señaló un montón de cajas abiertas. Se acercaron. Estaban llenas con un montón de hojas de La Monda arrugadas. – Mete la mano tú, que yo te cubro.


-¿Crees que te va a morder?- Salva metió la mano en la más grande. -¡AHHHH!


-¿Queeeé? ¿Qué?


-¡El dolor es insoportableeeeee!- Sacó el brazo sujetándose la muñeca.


-Pues tómate una aspirina. Fantasma. Dámelo, anda.- Salva sujetándose aún la muñeca, abrió los dedos y dejó caer un móvil en la palma abierta de Marta.


-Mientras te diviertes, voy a ver si encuentro el sistema de alarma y le echo un vistazo.- Se alejó.


-Vale. –Marta miró el móvil y lo abrió.- “Que raro, es un modelo muy caro para ir dejándolo tirado por ahí”.


1/4/09

capítulo treinta y uno

El camino más corto entre dos puntos siempre es una línea recta. Sin embargo, a veces, preferimos estar dando vueltas, aunque perdamos el tiempo, por miedo a lo que podamos encontrarnos al llegar a nuestro destino. Ilusión vana del hombre, puesto que al final todo se reduce a lo mismo, avanzar o desistir.



- Toda la tarde perdida para nada.- Salva cruzó los brazos como los niños pequeños cuando se enfadan por algo.


-¿Pero se puede saber en que pensabas para volver aquí sólo? - Marta estaba vuelta hacia Salva, con un codo en el reposacabezas y otro sobre el volante.

-Pensaba echarle un vistazo al sistema de alarma de la nave, cuando no hubiera nadie claro.


-¿Pero es que hay alguien dentro? ¿Lo has visto?


-Creía que no, pero cuando intenté acercarme a la puerta empezó a sonar un móvil. ¡Casi me da un infarto!- Salva miró a la nave.- Sea quien sea su dueño, todavía está dentro.


-Bueno, pues esperaremos a que salga. Mientras tanto, si quieres, te cuento lo que he estado haciendo yo mientras tú te aburrías. Hay novedades.


- ¿Si? Anda, alégrame el día.


-¿Te acuerdas del sedán oscuro? Pues hoy he vuelto al chalet donde ese tío lo guarda.- Durante los siguientes minutos Marta le contó con pelos y señales la conversación con Enrique Huertas y la manera en que Angelita le interrumpió cuando intentaba marcar el teléfono que Salva le había apuntado en La Monda. -De todas formas, da igual que me interrumpiera, porque después lo volví a intentar y nada. El tal Pablo-no-se-qué no estaba dentro de la casa.


-Un momento…- Salva puso la mano en el hombro de Marta- ¿Dices que marcaste el número y no oíste el tono? ¿Cuándo fue eso?


-Hace una media hora, más o menos. El tiempo de llegar desde allí para recogerte ¿Por qué?


-Porque el móvil que sonaba dentro de la nave podría ser…- Se interrumpió. Marta y Salva se miraron a los ojos y después, ambos volvieron la vista al bolso que estaba en el asiento de detrás. Se abalanzaron al tiempo, golpeándose las cabezas al hacerlo.


-¡Ay!- Marta hizo un pequeño gesto de dolor- Déjame a mí, rebuscar en el bolso de una mujer es de mala educación.- Sacó el móvil y se lo pasó a Salva.


-Lo más seguro es que me equivoque, pero…- Marcó el número que se sabía de memoria.


-¡Ring, ring, ring…!-El sonido retumbaba por todas partes.


-¡Está ahí dentro! ¡Ya lo tenemos!- Marta abrió la puerta y empezó a levantarse.


-Espera- Salva tiró de ella y la volvió a sentar.- No creo que sea lógico que te plantes allí como si nada. Primero hay que asegurarse de que es él. Podría haberle dejado el móvil a alguien.


-¿Y que sugieres?


-Esperar a que se haga de noche. Tarde o temprano tendrá que salir. No sabemos cuándo, pero le estaremos vigilando.


-¿Y si no sale?-Marta volvió a abrir la puerta.-Yo me voy para allá. Si quieres puedes esperarme aquí. Ese tipo es un granuja y tiene que pagarnos lo que nos debe.


-Vale, cabezota. Espera.- Caminaron juntos, Marta con paso decidido y Salva sin demasiada convicción.


-¡Plasss!, ¡Agggh, que asco!- Marta levantó la rodilla y dobló la pierna derecha para verse la suela del zapato. ¿Qué he pisado?


-¡Ja, ja, ja!¿No sabes que las cucarachas salen al atardecer?


31/3/09

capítulo treinta

(El último enlace es un verdadero navegador. Que se diviertan)
Nuestros actos siempre tienen repercusiones. Cuando estos se tuercen y no salen como deberíamos, tendemos a pensar que es por causas ajenas. Que no ha sido por nuestra culpa. Es una reacción lógica para nosotros, que permite que nos sintamos bien. Es una visión torpe de la realidad, porque a veces, por no querer ver la causa, no vemos las consecuencias.



“No insistas, sabes que no puedes irte sin intentarlo”.-Después de hablar con Angelita, Marta se había quedado un buen rato en el coche mirando hacia el chalet. Un par de veces estuvo a punto de darle al contacto y marcharse de allí. Pero en ambas ocasiones, aunque sujetaba la llave, no llegó a girarla lo suficiente como para arrancar. “Si te ha visto y te pilla, siempre puedes decir que te ha faltado decirle alguna cosa”. Abrió la puerta y salió. “Está decidido”.


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“Tiene que estar vacía. Nadie aguanta tantas horas sin hacer ruido”- Salva se frotaba el cuello con la palma de la mano. Empezaba a tener tortícolis. Desde su escondite podía ver si alguien cruzaba la verja para entrar o salir de la nave, pero nadie lo había hecho. “Me arriesgaré”. Se levantó con cuidado apoyando la espalda sobre el muro y asomó la cabeza por la esquina. Avanzó por el costado de la nave, con la espalda siempre pegada. De repente, se paró. “Esto es ridículo”. Se separó de la pared y siguió caminando con normalidad. Bordeó todo la construcción hasta situarse delante de la pequeña puerta.

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“Allá vamos otra vez”. Marta caminó con decisión hasta la placa que avisaba del número de la vivienda. Sacó el móvil y el pequeño recorte de La Monda del bolso y marcó.

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“Veamos si está abierta”- Salva puso la mano en la manija de la puerta.- ¡Ringgg, ring, ring!- Apartó la mano como si la manija estuviera electrificada.- ¡Mierda!- Un tono de llamada del móvil con un volumen altísimo resonaba en el interior de la nave. Salva corrió de nuevo a su escondite y se sentó. Sudaba a mares. Volvió a asomar la cabeza. Nada.


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“No, si yo no me preocupo”- Marta había dejado sonar el móvil varias veces y aunque ella escuchaba el politono de llamada en espera, no escuchaba simultáneamente ningún timbrazo desde dentro del chalet. Suspiró. Colgó y volvió al coche. “Será mejor que vayas a por Salva. Es capaz de pillar una pulmonía para no tener que ir a trabajar mañana”. Miró el GPS. Estaba lleno de botones que no sabía para que funcionaban. Se miró las manos, aún llevaba el móvil . “Bueno, mejor será que busque la ruta más rápida por Internet”.



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“Seguro que existe una Ley de Murphy para los instaladores de alarmas”.- Salva había vuelto a coger la pelota y la lanzaba enfadado contra la pared de enfrente. ¡MOC, MOOOOC!-El coche de Marta se quejaba desde el otro lado de la verja. “Mira la otra, ¡pura discreción!”. Recogió la pelota y se acercó andando hasta la ventanilla del conductor.


-¿Me esperabas?-Marta sonreía de oreja a oreja.

-Si

-¿Subes?

-Si.

-¿Te pasa algo?

-Si.

-¿Sólo sabes decir si?

-No.








30/3/09

capítulo veintinueve

(Por problemas de software hoy no hay enlace a La Monda, disculpen las molestias...total...tienen las mismas...)
Cuando organizamos un evento cuidamos hasta el más mínimo detalle. El sitio, las personas que asistirán…Gastamos mucho tiempo y energías para que todo salga tal y como lo tenemos planeado. Creemos tenerlo todo controlado, cuando de repente, salta el imprevisto.



“Bueno, ya tenemos a uno”- Marta se había subido al coche y rebuscaba en el bolso. Sacó el móvil. “Ahora vamos a por el otro”. Tiró de la manija de la puerta y ésta se abrió. Con cuidado se bajó del coche. Levantó la llave de contacto.- ¡Clic!- Las luces de los faros delanteros parpadearon, señal clara de que se había activado el cierre centralizado. Se giró y empezó a caminar de nuevo hacia el chalet. Había pasado una media hora desde la última vez que recorrió ese camino en dirección contraria. Nadie había salido. Llegó casi hasta la puerta y se detuvo en un punto en el que creía que no le podrían ver desde ninguna de las ventanas de la casa. “Es un punto ciego, pero espero que no sordo”. Levantó el móvil que llevaba en la mano.


-¡Naninó-ni-nó! –Marta dio un respingo. Alguien le estaba llamando ¡y en el peor momento! Pulsó el botón de silencio y salió corriendo hacia el coche. Por el camino pulsó de nuevo la llave. “¡Porras, las luces! ¿No hay más formas de llamar la atención?” En cuanto alcanzó la puerta, tiró de ella y se lanzó hacia el interior. Aunque dudaba de que ya hiciera falta, volvió a cerrarla lo más silenciosamente que pudo. “Lo último que me hace falta es un portazo”. Agarró el volante y observó las ventanas del chalet. No pudo detectar ni un solo movimiento en las cortinas. “¿Le habrá dado tiempo a llegar a la mirilla de la entrada?”. Esperó un rato más. Nada. Marta miró la pantalla del móvil. Junto al mensaje de una llamada perdida había un nombre: Angelita. Marcó su número y puso el altavoz. “Si me ha visto, ya va a dar igual que también me oiga”.

-¿Diga?- La voz de Angelita sonaba metálica a través del altavoz.


-Soy Marta, antes no he podido cogerlo ¿Ocurre algo?


-No, claro que no. Sólo quería saber si mañana podrías pasarte por mi casa para hacer la comida.


-No hay problema. Salva ya está prácticamente bien, aunque haciéndose el mártir. Creo que podrá sobrevivir sin mí mañana.


-Si, ya sé que está bien. He hablado antes con él.


-¿Con Salva?


-Si… ¿Tú no? Me ha dicho que te dijera que había tenido una idea y que se iba al sitio donde estuvisteis antes. – La voz de Angelita sonaba preocupada.- Eso fue hace unas dos horas, creía que ya estabas con él.


-No, estaba muy ocupada charlando con un guapo y millonario hombre de negocios.


-¿Está casado?


-¡Ja, ja!-Marta sonrió con picardía.- No seas indiscreta.


-Bueno, pues te espero mañana a comer. Si viene Salva seremos cuatro.


-¿Cuatro? ¿Algún ligue?


-¿Quién es ahora la indiscreta?- Angelita tosió un poco.- He pensado que puedes hacer un asado con la pierna de cordero que congelaste ¿Te acuerdas? Le puedes poner manzanas, tengo de sobra.


-Espero que tengas también la receta. Porque yo sólo se hacer comida china .