1/11/09

Capítulo cuatro

(Dedicado a Nacho que siempre sabe lo que me gusta)
Cuando escribimos algo, solemos tomarnos tiempo. Estamos tranquilos porque podemos hacer cuántas pausas queramos, para pensar, para corregir, para releer…
Sólo nos damos por satisfechos cuando estamos seguros de que lo que queríamos decir, es exactamente lo que hemos puesto y no otra cosa. Esto que nos parece lo más normal del mundo, sin embargo nos parece impensable aplicarlo al resto de nuestra vida. Casi no nos paramos antes de decir algo, o lo que es peor, hacerlo. Y luego nos sorprendemos de nuestras propias palabras o nos dolemos de la precipitación de nuestros actos que ya no tienen remedio. Prisas vanas para una meta tan pobre.

“Como dicen los italianos: piano, piano se va lontano”- Angelita metió la cuchara en el bote. Con cuidado, la sacó y la acercó al bol que había en la mesa; luego la golpeó ligeramente contra el borde. La mermelada resbaló por la pared de plástico dejando un rastro hacia el fondo. Nuevamente repitió la operación hasta que el bote quedó vacío.

-¡Ding-Dong! El timbre de la puerta avisaba de que el tiempo se había acabado.

“Menos mal. Casi me pilla”. La mujer cogió los dos tarros vacíos que había junto al bol y se los puso sobre la falda. Girando las ruedas con rapidez, alcanzó la cocina enseguida. Abrió una puerta baja de un armario y tiró los dos botes al cubo. “Cuatro euros bien aprovechados”. Luego se retocó el pelo y fue hacia la puerta. Sin mucho esfuerzo alcanzó el pomo.

-¡Hola! –En la puerta había una muchacha joven con un par de barras de pan en una bolsa.- perdona que haya tardado en abrirte. Me manejo mal con sólo una mano.

-Le traigo el pan que me encargó. ¿Dónde se lo pongo?

-Si no te importa ven conmigo al salón. Necesito que me ayudes con una cosa.- La muchacha dudó. -¿Qué ocurre?

La joven se apartó. Detrás de ella había un gato con los ojos abiertos de par en par.-Es que no vengo sola. No he podido pasar hasta cerrar la tienda y no me gusta dejar al gato tirado por ahí.

-¡No importa! Que entre él también. Me encantan los animales.

-Le he subido también esto.- La chica sacó de la bolsa del pan un montón de folletos de publicidad y cartas. –Se estaban saliendo del buzón. Supongo que hace tiempo que no lo recoge.- Miro la silla de ruedas.- ¡Oh, disculpe!

-No es nada, mujer. Normalmente tengo ayuda para ese tipo de cosas, pero últimamente están muy ocupados con su trabajo, ya sabes…la crisis. De todas formas, no creo que nada de ese montón sea importante.- Cogió un sobre.- Seguro que el sello vale más que lo que hay dentro.- Lo volvió a dejar con el resto de la correspondencia y señaló el bol.- ¿Ves eso? Es mermelada de manzana casera. La hago yo. Iba a meterla en un bote para regalársela al frutero. Es un hombre encantador.

-Si, parece majo.-La muchacha agachó la cabeza.- ¿Dónde se habrá metido el gato?

-¡Bah, no te preocupes! Estará husmeando. No pasa nada, no tengo nada que no se pueda romper. Mira en el mirador.- Levantó el brazo.- Ahí debe de haber una especie de bandeja ancha de plástico blanco.- La muchacha se acercó y empezó a buscar por el suelo.- La suelo usar para llenarla de agua y meter macetas dentro. Las que se riegan desde abajo, ya sabes.

-¿Ésta?

-Si. Mira, ponla en el suelo junto a la mesa.- Abrió un cajón y sacó un viejo número de La Monda.-Coge un par de hojas y cubre el fondo. Así se sentirá como en casa.- La muchacha obedeció.- Y ahora siéntate ahí, enfrente de mí.- Angelita maniobró con la silla hasta alcanzar la mesa. Colgando del asa de la silla de ruedas había una bolsa. La agarró. Un suave tintineo de cristal al chocar hizo que dudase.- ¡a ver si los rompo!- Abrió la bolsa y sacó dos botes de cristal vacíos, sin etiquetas y con tapas de corcho. Los dejó sobre el mantel. Luego le tendió la cuchara a la muchacha. –Toma, ¿puedes llenar uno? Gracias.

-Tiene muy buena pinta.- La joven echó varias cucharadas hasta que el bote se llenó del todo. Luego puso la tapa de corcho.

-¿En serio? Bueno, entonces llena el otro. Es para ti.

-¿De verdad?- Sonrió. Bueno, me gusta desayunar tostadas con mermelada. Gracias.

-No hay de qué. Después de todo tú y ese guapo frutero me ayudáis mucho. Es una forma de recompensaros. ¡Hay tan poca gente dispuesta a ayudar a los demás!

-No crea, ahí fuera hay mucha gente buena.

-¿En esta calle? Angelita miró por la ventana. ¡Vaya! Empieza a llover y fuerte. ¿Llevas paraguas?

-No, vivo cerca no se preocupe. –Se levantó. Un momento, que cojo al gato y me voy.

-¡Espera!- Angelita metió los dos botes en la bolsa y se la tendió.- Si no te importa, llévale tú su bote al de la frutería, de mi parte. ¿Quieres?

-Si claro.- Cogió la bolsa.- ¿Dónde se habrá metido éste?- De repente, la muchacha se paró en seco y abrió mucho los ojos.- ¡Dios mío! ¡Dejé la puerta abierta y con la que está cayendo! ¡Pobrecito!- La joven salió corriendo sin darle tiempo a Angelita a alcanzarla. Cuando llegó a la puerta sólo pudo oír unas pisadas apresuradas bajando los escalones de dos en dos. Cerró despacio y volvió al mirador.

“Qué buena chica ésta”-Se asomó a la ventana. Levantando un poco el cuello y bajando la cabeza, consiguió ver al fondo de la calle a la muchacha. Estaba tiritando, pero sonreía agarrada a un pobre gato empapado por la lluvia